PRESENTE CON FUTURO

PRESENTE CON FUTURO

                          

     Comenzar con Martin Luther King, puede ser considerado un esnobismo, sin embargo, ese derecho personal a hacerlo, también merece del respeto ajeno: “No es la gente violenta, ni corrupta, sin ética, lo que me preocupa, sino el silencio de los buenos”. Seguramente, uno no se considera ni silente, ni excesivamente bueno, sin embargo, no por ello debe gozar con un auto ostracismo rebuscado ante los acontecimientos que trascurren ante sus ojos. Permanecer indiferente ante la visión de un niño ahogado, y no clamar contra las causas al tiempo que se exigen soluciones de quién las pueda tener, es un hecho absolutamente imprescindible. Permanecer en silencio, compleamente inhumano.

        Mas en nuestra cercanía, en la misma intimidad personal, en el entorno próximo, una cuestión también exige no ser callada, ni silenciada. Mientras se oyen gentes reclamando que dejemos un mejor planeta a nuestros hijos, a nuestros nietos, otros pueden entender y entienden que no es éste el objetivo que nos debe ocupar, sino el dejar mejores hombres, mejores mujeres a nuestro planeta. No es el planeta lo que debe mejorarnos, sino que son sus habitantes los que deben proteger y regenerar la tierra que nos acoge. A mejores hombres mejores hábitats.

       Repasar la historia, darse una vuelta por la geografía, es posible comprobar que ni la raza ni el color es importante; que la antigüedad de las naciones no es trascendente; que la orografía de sus tierras es perfectamente salvable. Japón, todo montaña, es una potencia mundial. Suiza no produce cacao, y fabrica el mejor chocolate del mundo. La India tiene miles de años y millones de pobres. Nueva Zelanda, Australia, no tienen doscientos años de existencia y son naciones florecientes.

        Los ejemplos podrían continuar, sin embargo, siempre se llegaría a la misma conclusión. Según el británico Edward Gibbon, Roma cayó en la decadencia y desapareció como imperio, cuando los romanos dejaron de sentirse ciudadanos de ese Imperio, y traspasaron la defensa de sus fronteras a los “bárbaros” mercenarios. Su conciencia como pueblo fue desapareciendo a medida que su orgullo de sentirse romano fue suplido por la codicia, la corrupción o la pereza. La corona imperial también se subastó al mejor postor y las guerras civiles se perpetuaron durante los últimos siglos como único medio de alcanzar y mantener el poder y sus prebendas. La conciencia de pueblo, como mayor objetivo del Estado, de la República, en todos los niveles del poder fue arrinconado por la ambición  de la superior magistratura y todas las apreciadas circunstancias que siempre rodean al poder.

        Fueron la educación y la cultura lo que plasmaron esa concienciación colectiva en la Roma triunfal, incluso superando los nefastos mandatos imperiales de Nerones, Calígulas o Cómodos u Honorios. En el fondo, la preocupación por la clase política debe ser muy circunstancial, debiendo volcarse en la clase de sociedad que se desea alcanzar. Esa debiera ser nuestra gran preocupación en estos tiempos. Una clase social en la cual la ética sea su principio básico; en donde la integridad y la responsabilidad personal imperen por encima de bienestares y hedonismos; una clase social que se enseñoree con el respeto a la ley y al derecho ajeno; en donde el amor al trabajo, el esfuerzo por la inversión y deseos de superación no sean extraños. Es más, en la cual, la puntualidad, las buenas normas de urbanidad, no se consideren principios ancestrales y formas anacrónicas.

       Educación y cultura, en singular, no caben en nuestro país. El traspaso a las Comunidades Autónomas de ambos elementos e instrumentos formativos, sin un mínimo bloque común para toda la sociedad, ha representado el fenecimiento de ese objetivo de concienciación colectiva de nación, de país, de Estado. Los valores estructurales de la sociedad se han dispersado, difuminados en aras de lo que, enfáticamente, se llama nación de naciones. El objetivo principal, pues, no es una sociedad estructurada sobre valores, sino unos mini estados configurados territorialmente con fin único, el bienestar ciudadano, con independencia de su formación como persona, como ser humano. Gibbon, admirado por Churchill, también reclamaba para su contemporánea sociedad británica, que no perdiese ese sentimiento colectivo, ni que obviase sus principios estructurales, la ética, la moralidad y la trascendencia humana.

       En la perspectiva actual, sin pecar de desánimo, resulta absolutamente imprescindible no caer en la preocupación de M.L. King y no permanecer en silencio ante todo aquello que consideremos que no se ajusta a nuestra forma de entender y apreciar nuestra sociedad. Hay que trabajar para que, entre todos, dejemos mejores hombres y mejores mujeres a un planeta que los reclama desde el comienzo de su misma existencia. Es su futuro, ahora nuestro presente.