Alguien dijo que en política el éxito debe explotarse, aunque tenga que crearse. Pues bien, ayer noche, en una Cataluña dispersa volvió a cumplirse con la cita no tan anónima: Todos ganaron, incluso los que perdieron. Por lo tanto, la llamada a explotar el éxito creado, se produjo al alcanzarse el sesenta por ciento de los votos escrutados. Solamente una formación se atrevió a arremeter con la realidad; Cataluña es ingobernable merced a la temeraria deriva de Artur Mas. Un hombre que en sus ojos lleva impresa la soberbia y vanidad políticas, amén de en su frente la inutilidad del serrín para tales menesteres. Su “éxito” ha sido absoluto; tiene una mayoría no suficiente sin programa de gobierno, ha diluido Convergencia en un mar de incógnitas, se contempla abrazado al oso de Junqueras y, para acabar, Ha destruido una coalición política que ha gobernado Cataluña en los últimos treinta años. Y siendo lo anterior grave, lo peor es que su decisión de acudir a un plebiscito disfrazado de elecciones autonómicas ha provocado que la burguesía catalana, el nacionalismo moderado, esté, en estos momentos, completamente difuminado y sin referente político alguno. Más, el Artur Mas, ha logrado de una sola tacada el mayor de los éxitos posibles; despedazar su partido, destruir una coalición y diluir una legítima opción política y sociológica, el nacionalismo, el catalanismo sin estridencias, ni aristas. Y, ahora, al día siguiente, el mapa político catalán está en manos de diez diputados que han acabado la exaltación de su éxito electoral al grito de “Viva la República Catalana”, después de haber proclamado su insumisión a toda ley emanada del Estado español y un montón de slogans bolcheviques de cariz más que revolucionario. Lo dicho, un éxito, Artur Mas.
De Franco Rabell, no vale la pena hablar; ni el mismo líder “coleta morada” quiso hacerlo. Ahí quedará, sentado, esperanzado que alguien le ofrezca una pipa que fumar. Iceta, bailará al son de dos orquestas y sus sendos ritmos, anhelando que su jefe no le elimine de las listas y le mande a su casa, como ya está anunciando que hará cuando las generales. Parece que ha llegado la hora, en las filas socialistas, en que haber sido ministro es una maldición. Del candidato popular, cabría decir que su discurso post electoral fue mejor que toda su campaña. Evidentemente el engreído García Margallo de ayudar, fue a caer más. En el PP todavía no se han dado cuenta que el pueblo, la gente, está deseosa de oír hablar de política, que está cansada de argumentos y razones económicas, de presumir de un triunfo que escasamente se percibe en la calle, y sí quizás en los despachos financieros. La gente, la ciudadanía desea sentirse gobernada, dirigida, ver asegurado su futuro político. Y, lamentablemente, no lo siente, de ahí que un buen candidato haya sufrido un descalabro que festejará, sin duda, una pésima política. Ahora tiende la mano a Ciudadanos, se arrima a una electa Arrimadas que, en alguna medida acertó en sus peticiones; dimisión de Mas y nuevas elecciones. Igual ninguna de ambas peticiones lo verán ni sus ojos ni los nuestros, pero el grito está ahí. Con un éxito más que notable en el cinturón barcelonés y hasta en la mismísima Girona. No cabe duda que sus slogans han calado con mayor intensidad que los verbos populares, e incluso que sus rostros.
Y ahí empieza el gran drama de los conservadores populares. Ciudadanos se está convirtiendo en el verdadero adversario, no es el socialismo que navega dando bandazos. No, el efectivo peligro para la bolsa de votos populares, para ese partido supuestamente más importante de Europa, surge de la falta absoluta de oferta ideológica, de la carencia absoluta de valores cívicos, de la incoherencia activa y pasiva, del discurso perenne relativo a la persona, a la propiedad privada, cerrando los ojos al mayor de los fracasos sufridos por ese presunto referente europeo. Arrimadas, en Cataluña, ha captado ocho diputados populares y parece que no se enteran. Arrimadas ha ofrecido al ciudadano un proyecto político claro y valiente. Arrimadas se ha aproximado a la realidad, sin tapujos, y ha ofrecido soluciones realistas y creíbles. El PP sigue analizando su opción como si estuviese en la época de la anacrónica RDSI y el mundo, la ciudadanía, navega con fibra óptica. Quizás por ello, esa bolsa de votos fieles que ya disminuyó el pasado mayo, siga haciéndolo y, los fieles, se dirijan a otra opción que les merezca no solamente esperanza, sino también que les ofrezca mayor ilusión. Y esa, la ilusión, no surge de los papeles, de las palabras, sino que la trasmiten las personas, la propia ilusión de las personas entronizadas como candidatos. El pensamiento que sigue a todo ello es claro: ni esperanza ni ilusión se desprenden de rostros de hombres y mujeres que, mientras crean éxitos, traslucen que caminan hacia la derrota final. Mas, ellos, los de siempre, seguirán perennes, anclados, inamovibles; no saben hacer nada más. Y no desean que los otros, los ciudadanos, los contribuyentes, lo sepamos.